Adolescencia
ADOLESCENCIA
La adolescencia, es la etapa libidinal del desarrollo donde el sujeto tiene la posibilidad de efectuar las transformaciones necesarias en su personalidad para llegar a adulto. Esto ocurre en medio de un torbellino pulsional y no excento de conflictos que implican tanto a su ser psíquico, su realidad somática y su inserción familiar y social.
Tanto la palabra “adolescente” como “adulto” proceden de la misma raíz latina. Adolescere es un verbo cuyo significado es crecer; su participio activo es “adolescente”, y “adulto” significa crecido.
Este crecimiento se inaugura con la pubertad, que significa vello púbico, donde la naturaleza se impone, con profundos cambios corporales, siendo la menstruación y la eyaculación sus importantes señas de identidad.
La adolescencia es tiempo de resignificación histórica. De que el individuo pueda pensarse distinto, de sí mismo hasta ese momento y en relación a los demás, y convertirse en sujeto de su propia historia.
La forma en la cual el sujeto realice esta elaboración no es ajeno a cómo ha crecido y estructurado su psiquismo a lo largo de su infancia, cuál es su historia personal, cómo han sido sus vínculos y su estructura familiar.
Cada adolescente tendrá que hacer un trabajo de elaboración, de reestructuración, crecimiento psíquico, interno y emocional. Difícil, con dudas y temores porque desconocen donde culmina. Además el futuro aún les resulta difícil de conjugar. Con momentos en los que el hacerse mayor lo estimula y otros que le generan inquietud. Se produce así, una de las características de la adolescencia, las habituales oscilaciones entre avances y retrocesos. Es más preciso decir que no hay adolescencia sino que cada adolescente es único en su singular forma de transitar esta compleja etapa.
Por eso este crecimiento necesita de un tiempo cronológico y a la vez subjetivo. La adolescencia es tiempo de crisis. Volviendo a la etimología, “krisis” en griego significa “decisión”. Es una etapa de atravesar momentos de desequilibrio e inestabilidad de cambios que se realizan de forma abrupta y en menor tiempo que en otras épocas de la vida. Tiempo de renunciar a las etapas anteriores. De realizar y elaborar duelos importantes. Duelos por el cuerpo infantil perdido, por el rol del niño que fue, por los padres ideales de la infancia
Para ello tiene que tolerar que su cuerpo cambie. Que estos cambios le generen sensaciones de extrañeza, no solo su nueva imagen que a veces le desconcierta y le hace ensayar estéticas diferentes frente al espejo. Sino también, que la irrupción pulsional genere a su yo confusiones y angustias, incluso sobre su identidad sexual. Pese a este mar de incertidumbres, simultáneamente sienten, orgullo y placer por estos cambios.
Dejar la infancia atrás no es fácil. Implica abandonar la seguridad de lo conocido, de saber con claridad lo que está bien y lo que está mal, de que las responsabilidades sean asumidas por el adulto cercano en el que se confía y a quien se idealiza. Tiene que poder tolerar la herida narcisista por la pérdida de la omnipotencia infantil. Empezar a aceptar las exigencias de la sociedad. Ahora tiene que tomar decisiones y hacerse cargo de ellas. Debe comenzar a hacer un trabajo de separación e individuación, que será una nueva edición del realizado en la primera infancia. A la vez, siente el desamparo y la inseguridad que le genera esta separación de los padres idealizados de la infancia. Por eso, oscila entre el deseo y la necesidad de alejarse y mantener la cercanía y dependencia de ellos.
También la adolescencia es tiempo de una reactivación de la conflictiva edípica, de cuestionamiento a sus padres, que como figuras de identificación, satisfacían su ideal del yo. Conseguir acceder a la desidentificación para reidentificarse. Aceptando a su madre y padre en una nueva dimensión donde puede y debe verlos como sujetos más reales. No solo con los aspectos valorados por la/el adolescente, sino con sus dificultades y carencias. Es lograr, como decíamos, separase de ellos y poder llegar a la deseada exogamia. Para ello necesitan apoyarse en algo que les dé seguridad. Y es ahí donde aparece, por un lado, el grupo de pares como referente privilegiado, sus amigos se convierten así en los mejores compañeros de viaje a lo largo de esta etapa y por otro lado, el desplazamiento a otros adultos, sustitutos idealizados de la madre o padre.
La adolescencia es tiempo de crisis de identidad, de autenticidad e integridad. De lograr seguir siendo el mismo a pesar de las contingencias de la vida. León y Rebeca Grinberg plantean en su libro Identidad y Cambio que la experiencia de identidad en la adolescencia es altamente fluctuante al generar situaciones de inestabilidad emocional basadas en procesos disociativos. “Por eso es tan difícil asumir una responsabilidad que implica continuidad en el tiempo: ser el mismo en el momento de hacer algo que el que era cuando pensó que lo haría o no lo haría.” Y agregan “Para consolidar su identidad, el adolescente busca también formarse un sistema de teorías, valores éticos e intelectuales, que pueden organizarse en una ideología, que trasciende su existencia individual y se revisten de un carácter de permanencia e inmortalidad”.
Todas las pérdidas que la/el adolescente tiene que asumir, la/lo confrontan, ineludiblemente, al dilema de la muerte, simbólica y real. Frente a la angustia que esto les produce se enfrenta y defiende de estos sentimientos con diversos mecanismos defensivos. Algunos/as adolescentes asumiendo riesgos (alcohol, drogas). En ocasiones de manera simbólica y con tanteos que ponen a prueba la necesaria flexibilización del Super Yo. Otras en forma de verdaderas actuaciones que en casos extremos ponen en riesgo su vida. Las transgresiones, la rebeldía, el pasaje al acto y la agresividad, están presentes en este período como prueba de la intensidad pulsional y como desafío a las normas, los límites y a su propia omnipotencia.
La crisis adolescente tiene su contrapartida en los padres y madres, quienes se enfrentan a la reactivación y resignificación de sus propias adolescencias. Esto condicionará, en buena medida, como gestionen la de su hijo/a. La irrupción libidinal del adolescente, además los confronta a su propio momento evolutivo vinculado, quizás, al comienzo del climaterio, a sus duelos y a aceptar la irreversibilidad temporal. Aceptar que es su hijo/a quien aún, podrá hacer cambios estructurales en su psiquismo y en su vida. Es importante que los padres y madres estén junto a ella/él tolerando los necesarios embates y confrontaciones. Acompañando, incluyendo un criterio de realidad, cuidando y a la vez poniendo límites. Los límites no son solo prohibición, también son contención.
Como dice Winnicott “[…] Si los adultos abdican el adolescente se convierte en un adulto en forma prematura y por un proceso falso”.
¿Pero que pasa con los adolescentes de la llamada “generación del milenio”, nacidos poco antes o después del año 2000?
Actualmente nos encontramos, desde la supuesta normalidad y desde la clínica, latencias más difusas y adolescencias más prolongadas. Observamos una singular modalidad, en sus efectos consigo mismo y con su entorno, en la elaboración de los mencionados duelos, necesarios para la reestructuración de las funciones del aparato psíquico.
En nuestra sociedad actual de las prisas, de la inmediatez, del exhibicionismo, de las apariencias, de la urgencia, de la baja tolerancia a la frustración; nos encontramos con adolescentes que favorecidos por las nuevas tecnologías, se hallan frente a un nuevo reto en su desarrollo evolutivo.
¿Qué lugar ocupan en estos procesos Facebook, con sus cientos de aparentes amigos o WhatsApp, donde las abreviaturas y los emoticonos con símbolos preestablecidos suplen las miradas, el tono de voz y las emociones de una conversación, los chats, con múltiples conversaciones simultáneas?
Evidentemente son recursos prácticamente imprescindibles de comunicación, socialización e información y que abren múltiples posibilidades.
Pero también entrañan algunos riesgos, vinculados a los excesos y dependencia en su utilización por parte de niños y adolescentes. Sobre todo en aquellos que pueden ser psiquicamente más vulnerables.
¿Les evitan tener que enfrentarse a sentimientos de desamparo, soledad y vacío?
¿Les evitan sentir angustias de separación?
¿Qué tipo de vínculos se establecen a través de estos recursos tecnológicos?
¿Con que estructuras de personalidad nos estamos encontrando y nos encontraremos a partir de estos años?
Dá la impresión que estas tecnologías pueden, en algunos casos, aumentar las posibilidades de construcción de personalidades e identidades con importantes disfunciones relacionales. Con vínculos laxos, virtuales, e identificaciones difusas. Facilitando a los adolescentes negar cuestiones tan importantes y constitutivas como la capacidad de espera, las separaciones, la intimidad, la discriminación.
Paradójicamente, la/el adolescente que no forma parte de este universo se queda fuera y aislado del grupo.
Estos medios de comunicación ya forman parte de nuestra vida cotidiana y hay que reconocerlos como parte de nuestra cultura, pero evitar que obstaculicen los procesos de creatividad, las fantasías y las actividades sublimatorias. Todos ellos necesarios para la construcción del psiquismo.
Desde Winnicott, creatividad y fantasía forman parte de ese espacio transicional entre lo objetivo y lo subjetivo. También lugar del juego y la imaginación, que implican tiempo de crecimiento, maduración y desarrollo en un medio adecuado y facilitador…
Aún así. Creo que hay características que seguimos viendo en las/los adolescentes a pesar del paso del tiempo y los cambios socioculturales. Éstas tienen que ver con que la adolescencia está llena de contradicciones, ambivalencias y bascula entre avances y regresiones en su comportamiento afectivo, intelectual y relacional.
En 1936 Anna Freud escribió la siguiente descripción, donde creo que podemos reconocer al adolescente.
“[…] los adolescentes son por demás egoístas, se consideran el centro del universo y único objeto de interés; sin embargo, nunca como en esta época de la vida se revela tanta capacidad de abnegación y de sacrificio. Inician las más apasionadas relaciones de amor para interrumpirlas con la misma brusquedad con que las empezaron. Participan con entusiasmo de la vida social y, por otra parte, se sienten invenciblemente atraídos por la soledad. Oscilan entre una ciega sumisión al líder elegido por ellos y una obstinada rebeldía contra toda autoridad. Son egoístas, materialistas, intencionados, y simultáneamente, alientan grandes ideales. Son ascetas que súbitamente se hunden en los placeres instintivos de más primitiva naturaleza. Su conducta suele ser brusca y desconsiderada aún cuando ellos mismos se muestran en extremo sensibles a la ofensa. Su estado de ánimo fluctúa entre el optimismo más infundado y el más profundo pesimismo. En ciertas ocasiones trabajan con infatigable entusiasmo y en otras son perezosos y apáticos.”
Por último, como señala Winnicott, y siempre que no haya patología, “El adolescente es inmaduro. La inmadurez es un elemento esencial de la salud en la adolescencia. No hay más que una cura para ella, y es el paso del tiempo y la maduración que este puede traer”.
Diana Barenblit Sheinin